Lloras a Char bajo mi limonero. Tus lágrimas son un ofrecimiento; mi silencio, una gratitud.
En mi país, no se interroga a un hombre conmovido.
Hacia horizontes perpendiculares, nos perseguimos a través de lo que lees. Al cabo de la página, en nuestra encrucijada, nos encontramos, sonriendo.
Amor mío, poco importa que yo haya nacido, te vuelves visible en el lugar en el que yo desaparezco.
La savia enterrada en la página irriga las negras palabras cuando tu voz las desposa con la sangre que palpita en tu garganta. El pájaro que, sediento, se posa sobre la rama acude a beber de la voz que alza el vuelo desde la página.
Tus manos empuñan el libro. El árbol ofrece sus ramas. El libro empuña sus poemas. Las ramas ofrecen sus frutos. El poema empuña tu voz. Los frutos ofrecen su semilla. Tu voz empuña, roturados, tu corazón, mi corazón.
El poema es el amor realizado del deseo que permanece deseo.
La sombra del árbol, la luz de la página, el claroscuro de mi memoria trazan un círculo cuyo abrazo te acoge.