miércoles, 17 de septiembre de 2008

Seda y látigo

Engastado yo en tu epicentro, tu deseo ciñe la pleamar de mi oleaje. Estás en mí como en la antorcha arde la semilla de la llama. Estoy en ti como la mar en la memoria de la caracola. Ser el firmamento donde el trueno abre su entraña al relámpago: tu pudor vencido. Ser la raíz del tallo en que florece tu sonrisa: mi candor logrado. Seda y látigo se anudan en el lazo incandescente del abrazo.

Mercado

La infidelidad (la vida, en suma) es ese arriesgado y tentador mercado de inversiones donde, con las inevitables consecuencias catastróficas, todos especulamos y nos creemos más astutos que el prójimo.

El exilio y el reino

Nadie puede rescatarnos, amor mío, del exilio de la herida; mi lengua, varada en las orillas de tu cuerpo -estatua del coraje, alud de dicha y fiebre, hondonada que revienta en amapolas-, sólo canta a la estrella que, en la limpieza de tu frente, la guía al meridiano del deseo.

Bondad

La bondad es la inteligencia al servicio de la erradicación del dolor, el instrumento más sofisticado y eficiente para la feliz supervivencia de los mortales.

Azogue azotado

En el centro del mundo, un espejo. En el centro del espejo, una sola imagen del paisaje despiadado. Yo, el espejo quebradizo; la imagen implacablemente repetida, tú.

Es dulce mi mirada y de ceniza

Ésta es mi casa. En torno a mí -desconcertantes, precipitadamente ajados-, lo que he sido, lo que aún soy, lo que temo seguir siendo. Frente a mí, esta ventana clausurada que otras antes de ti han intentado abrir. En vano. Mis manos, sobre la huella de sus manos impotentes, ya comprenden que sólo a mí me corresponde abrirla; sentir que las recorre -permitirlo- el empuje del caballo del judío Saulo en el camino de Damasco. Abrirla y contemplarte -mirarte abriendo al fin los ojos y no tan sólo con ellos abiertos-, contemplándome.

Aria da capo

Nostálgico, resguardas cada instante entre los brazos del recuerdo por no haber sabido amarlo en el presente.