A veces es el águila que inventa el Norte, la muchacha que arrebata de la rama las cerezas sangrientas, el hocico de un caballo cuyo vaho asciende con el alba (¿cómo es que puede contenerlo el mundo?): y aquí la fiebre que se enciende al contacto con las cosas -blanca corola, tumba, melodía-, lluvia o granizo que vulnera la quietud del lago. La muesca del relámpago la apresa la pupila. Las manos manan. El roturado corazón, península del cielo, florece al sol por sus heridas.
sábado, 26 de abril de 2008
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