Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.
jueves, 17 de enero de 2008
jueves, 10 de enero de 2008
Do fuir
Te ocultas tras las máscaras de lo vulgar y lo sublime, con la esperanza inconfesable de que no puedan aprender dónde encontrarte. Dónde necesitarte.
Despedida
En el parque, una esquiva brisa desprende las hojas últimas del castaño, que caen sobre ti como una lluvia de manos. Atrapas una al vuelo, vuelves a casa y contemplas en silencio su forma perfecta, sus nervaduras sangrientas. Sacas su libro de las estanterías y guardas la hoja entre sus páginas. Quieres resguardar, ante el brutal regreso del invierno, la herrumbre irreversible e indeleble del otoño.
El otoño ya
Caminas. El sol penetra en las ramas. En el otoño, que se deshace a tus pies en infinitas hojas (únicas, ardientes como cada instante que has vivido), tú. El espejo del pasado se quiebra y brilla en infinitos fragmentos al golpe de la luz. No hay miedos. Entre la vida y el sueño, envés y revés del tiempo que el viento desprende, caminas.
Tú y yo
Ardiendo en el hogar de la presencia,
al pie del blanco almendro iluminado,
se abre entre temblor y transparencia
la flor entre los cuerpos anudados
el sol entre el ramaje entrelazado.
al pie del blanco almendro iluminado,
se abre entre temblor y transparencia
la flor entre los cuerpos anudados
el sol entre el ramaje entrelazado.
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