martes, 13 de abril de 2010
jueves, 16 de octubre de 2008
Dos líneas oblicuas hacia la misma cima
Lloras a Char bajo mi limonero. Tus lágrimas son un ofrecimiento; mi silencio, una gratitud.
En mi país, no se interroga a un hombre conmovido.
Hacia horizontes perpendiculares, nos perseguimos a través de lo que lees. Al cabo de la página, en nuestra encrucijada, nos encontramos, sonriendo.
Amor mío, poco importa que yo haya nacido, te vuelves visible en el lugar en el que yo desaparezco.
La savia enterrada en la página irriga las negras palabras cuando tu voz las desposa con la sangre que palpita en tu garganta. El pájaro que, sediento, se posa sobre la rama acude a beber de la voz que alza el vuelo desde la página.
Tus manos empuñan el libro. El árbol ofrece sus ramas. El libro empuña sus poemas. Las ramas ofrecen sus frutos. El poema empuña tu voz. Los frutos ofrecen su semilla. Tu voz empuña, roturados, tu corazón, mi corazón.
El poema es el amor realizado del deseo que permanece deseo.
La sombra del árbol, la luz de la página, el claroscuro de mi memoria trazan un círculo cuyo abrazo te acoge.
Destierro
Trigales
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Seda y látigo
Mercado
El exilio y el reino
Bondad
Azogue azotado
Es dulce mi mirada y de ceniza
Aria da capo
martes, 19 de agosto de 2008
En la tormenta
Trueno de ti
Augurios
viernes, 15 de agosto de 2008
El río de Heráclito
Humo
Praga
Gramática
[Hay eco de pisadas en la memoria allá por el pasadizo que no tomamos hacia la puerta que nunca abrimos a la rosaleda. Mis palabras tienen eco así, en vuestra mente. (...) Así vivimos, siempre despidiéndonos (...) Todo algo es un eco de nada.]
Condiciones (variación)
Pasamos por la vida una sola vez
Un demorado encuentro. Génesis, 2:20
Mi nombre susurrado entre tus labios aventura el testamento de mi días.
Glosa a una sentencia de Anaximandro
Todo amor triunfante se precipita inexorablemente a su derrota.
sábado, 19 de julio de 2008
Ardor
La tibieza es el clima de la época. Ante sus tempestades de síes ahogados y voluntades exhaustas, no depondremos el ardor de nuestros corazones. La rendición de nuestra fiebre, amor mío, es una mansedumbre intolerable.