jueves, 16 de octubre de 2008

Dos líneas oblicuas hacia la misma cima

Nuestra palabra, como un archipiélago, os ofrece, tras el dolor y el desastre, unas fresas que trae de las landas de la muerte, así como los dedos calientes de haberlas buscado.

Lloras a Char bajo mi limonero. Tus lágrimas son un ofrecimiento; mi silencio, una gratitud.

En mi país, no se interroga a un hombre conmovido.

Hacia horizontes perpendiculares, nos perseguimos a través de lo que lees. Al cabo de la página, en nuestra encrucijada, nos encontramos, sonriendo.

Amor mío, poco importa que yo haya nacido, te vuelves visible en el lugar en el que yo desaparezco.

La savia enterrada en la página irriga las negras palabras cuando tu voz las desposa con la sangre que palpita en tu garganta. El pájaro que, sediento, se posa sobre la rama acude a beber de la voz que alza el vuelo desde la página.

Hay hojas, muchas hojas en los árboles de mi país. Las ramas son libres de no tener frutos.

Tus manos empuñan el libro. El árbol ofrece sus ramas. El libro empuña sus poemas. Las ramas ofrecen sus frutos. El poema empuña tu voz. Los frutos ofrecen su semilla. Tu voz empuña, roturados, tu corazón, mi corazón.

El poema es el amor realizado del deseo que permanece deseo.

La sombra del árbol, la luz de la página, el claroscuro de mi memoria trazan un círculo cuyo abrazo te acoge.

Destierro

A veces, el viento arroja contra mí el olor de la tierra en la que llueves, del hogar en el que ya no soy sino un extraño.

Trigales

Tus trigales incendiados -cada tallo un horizonte vertical por el que asciende el sol multiplicado en cada grano- entonan las ofrendas de tu meridiano. Y, sin embargo, todo deseo encuentra su fatiga antes que el corazón alcance a recorrerlo hasta su extremo.